Una de las tradiciones más extraordinarias y arriesgadas de El Salvador es el Festival de las Bolas deFuego de Nejapa, conocido también como “La Recuerda”. Este espectacular evento se celebra cada
31 de agosto y tiene más de 100 años de antigüedad, siendo declarado como Bien Cultural por el Ministerio de Cultura en 2019.
El origen de esta festividad se remonta al año 1658, cuando, según la leyenda, el volcán de El Playón hizo erupción, obligando a los habitantes de Nejapa a huir de sus tierras. De acuerdo a la creencia popular, San Jerónimo, el santo patrón del pueblo, intervino para proteger a la comunidad, y las bolas de fuego representan el poder divino que él utilizó para combatir el desastre natural. Otra versión sostiene que las bolas de fuego simbolizan la lucha entre el bien y el mal, representando la batalla entre San Jerónimo Doctor y el diablo en el interior del volcán.
Este festival único consiste en la conformación de dos bandos o equipos, compuestos mayoritariamente por jóvenes mayores de 18 años, que se lanzan bolas de fuego unos a otros en la calle principal del municipio. Los participantes se pintan el rostro como calaveras, empapan sus ropas y guantes de jardinería en agua como protección, y preparan bolas del tamaño de una pelota de béisbol elaboradas con telas y alambres empapadas en gasolina.
Cientos de turistas nacionales y extranjeros llegan hasta Nejapa para vivir de cerca está candente y desafiante experiencia, convirtiendo la calle principal en un verdadero “campo de batalla” iluminado por las llamas. A pesar de los riesgos inherentes, la tradición se ha mantenido fiel a su forma original por más de un siglo, siendo un claro ejemplo de la mezcla de tradiciones prehispánicas y cristianas que caracteriza muchas de las festividades en América Latina.
Preservando Nuestra Identidad
Estas tradiciones forman parte del tejido cultural que define la identidad salvadoreña y fortalece los lazos comunitarios a través de las generaciones. En un mundo cada vez más globalizado, mantener vivas estas expresiones culturales se convierte en un acto de resistencia y amor hacia nuestras raíces.
Cada vez que un niño aprende los pasos del Torito Pinto, cada vez que una familia participa en una procesión, cada vez que una comunidad se reúne para celebrar a su santo patrón, estamos asegurando que nuestra rica herencia cultural continúe brillando para las futuras generaciones.
El Salvador es más que un país; es un mosaico de tradiciones, colores, sonidos y sabores que nos definen como pueblo. Y en cada celebración, en cada danza, en cada ritual, encontramos la esencia de lo que significa ser salvadoreño.











